Escribir que en tal lugar el tiempo dejó de transcurrir o que en cuanto entraste en tal lugar el tiempo se detuvo –qué casualidad, en ese preciso instante– es un tópico tan viejo como el mismo tiempo.
Pero la imagense adecúa demasiado bien a la fábrica de Pastes Sanmartí. Esta familia lleva haciendo pasta en el mismo sitio desde 1700.
A la fábrica se accede por un callejón pegado a la iglésia de Caldes de Montbuí, en cuya boca cuelga del aire un galet gigante.
Con un poco de suerte, el tiempo no avanzará nunca más y mantendrá inalterada la gran mesa donde despachan a los clientes, que acuden a comprar las 52 variedades de pasta elaboradas con sémola de trigo y agua termal, nada más.
Una máquina italiana imponente, de los años cinuenta del pasado siglo, trabaja en la sala contígua a la tienda. Y la pasta acabada de hacer reposa en secaderos de madera hasta que alguien de la familia decide que ha alcanzado el punto óptimo para ser envasada.
El olor a sémola y trigo húmedo alimenta, dentro de la fábrica y también cuando abres uno de los envases. Después de tres siglos perfeccionando el proceso, los Sanmartí elaboran un producto excelente.
Carles Sanmartí, actual responsable, nos muestra las instalaciones, tan de otro tiempo. Parece ser que el negocio continuará: su hija y su yerno, que providencialmente es italiano, aseguran el futuro.
Pastes Sanmartí vende en tiendas seleccionadas, son difíciles de encontrar. Quizá vale la pena que visites la fábrica y compres ahí, directamente, como los calderins.
Viajarás en el tiempo, otro tópico, y cuando te comas un plato, también viajarás en el sabor, último tópico.
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