Cordero Marilín

Cira López Fernández (Figueres, 1973) es la niña que sale en la foto que acompaña este post. Es además la autora de este texto tan bello que nos habla de una receta heredada. Esconden estas recetas hermosas historias y rinden culto a la memoria de los que se fueron, en este caso rinde culto a su madre, Marilín. Algún organismo público debería proteger este tipo de elaboraciones antes de que queden sepultadas bajo la tristísima cocina light y a la plancha en la que se ha convertido nuestra cocina casera.

Ahora que tengo un hijo que se comería hasta una comadreja si se la pusiera en el plato, pienso más que nunca en mi madre y en lo mucho que debió sufrir cada día, tres veces, cuando me ponía la comida en la mesa. Y es que yo era una de esas niñas pesadilla, a las que nada les gusta, a las que nada les apetece, que odiaba comer. El Estivill de turno quizás tenga una explicación psicológica: que si ganas de llamar la atención, que si una forma de probar los límites del progenitor… En realidad, si me paro a pensar, simplemente no me apetecía. Comer me parecía aburrido y una pérdida de tiempo.

En mi casa no se comía bien. Mis padres tenían una tienda y mi madre cocinaba en la trastienda. Algunas veces se le quemaba el guiso porque tenía que atender a los clientes y se le olvidaba apagar el fuego. Cuando eso pasaba, caía una pizza y yo era la niña más feliz del mundo. Mamá lo intentaba, pero entre el cansancio y las prisas, nunca innovó demasiado: macarrones, patatas hervidas con judías, carne rebozada, lentejas, paella los sábados. Y yo seguía odiando comer. Sin embargo, existían dos excepciones. Una era el bocadillo de chorizo gallego directamente enviado desde la aldea de mi padre, en Lugo, que asábamos los domingos en las brasas de nuestra casita de Caldes de Montbui. La otra, el cordero con patatas de mi madre.

Cira y Marilón
Cira y su madre, Marilín.

No tengo ni idea por qué ese plato le salía tan rematadamente bueno. No sé de dónde sacó la receta, ni por qué al cocinarlo parecía tocada por los dioses. Sólo sé que era mi plato favorito y ella lo sabía. Y me lo hacía en mi cumpleaños. Y de mayor, cuando iba a casa algún domingo. A veces no había ocasión especial; simplemente llegaba del cole y ella tenía un brillo especial en los ojos y una sonrisa pícara. Y yo lo adivinaba: ¿cordero con patatas? Y la abrazaba y era feliz y tenía apetito.

Pronto hará cuatro años que mi madre murió. Cuando ya estaba enferma, un domingo la animé a que hiciéramos la receta juntas. Ella se sentó en la silla de la cocina y fue dándome las instrucciones de forma precisa y alegre. Mientras lo hacía, aquel brillo en sus ojos volvió durante un ratito. Estaba feliz, se sentía útil. Quizás incluso pensó en que algo de ella perviviría en mi.

Hoy yo adoro la comida gracias a Jordi. Con él he aprendido el placer de los ingredientes, de los sabores, las texturas, los olores, las mezclas, las sorpresas. La felicidad cotidiana me asalta a menudo junto a un plato y una copa de vino. Me dedico a comer, y él a cocinar. Un buen trato, ¿no? Pero el otro día me atreví. Cogí la receta de mamá, apuntada aquel día en que la hicimos juntas en varios papeles grapados. Y pasó algo muy raro. Algo increíble. Salió exactamente igual. El mismo olor, el mismo sabor, los mismos recuerdos de golpe. Yo volví a ser niña, una niña flacucha con el uniforme del colegio abrazando a su madre porque al llegar a casa, ella tenía un brillo especial en los ojos y yo adivinaba “¿Cordero con patatas?” y ella asentía y las dos hacíamos una tregua y éramos felices.

Seguramente ella estuvo a mi lado, con instrucciones precisas y alegres, mirándome orgullosa. Juntas otra vez.

Cordero Marilín para 4 personas

  • 1 hombro de cordero
  • 1 ó 2 “braons” de cordero (final espalda)
  • 1 vaso de vino blanco
  • 1 cebolla grande
  • 2 patatas y 1/2
  • 1 cabeza de ajos
  • 2 tomates maduros (o uno grande)
  • laurel (2 hojas)
  • sal y pimienta

Procedimiento

Se corta la cebolla a trozos y los tomates a cuartos.

Se pone el cordero cortado en trozos grandes en una fuente y se salpimenta por los dos lados. Echamos un poco de aceite en una cazuela ancha y baja (sirve la de barro pero se pega más la carne). Dejamos calentar el aceite a fuego «alegre» y ponemos el cordero a dorar. Cuando está doradito por los dos lados (sin tapar la cazuela), echamos la cebolla, los tomates, los dientes de ajo (con piel y todo) y 2 hojas de laurel y se va removiendo con cuchara de palo. Se baja un poco el fuego. Lo dejamos hasta que se pochen las verduras.

Cuando se ha dorado la cebolla y pochado el tomate, se echa un vaso de vino blanco (tamaño vaso de vino) y se deja 3 minutos a fuego vivo para que reduzca. Cuando han pasado, se echa el mismo vaso pero de agua. Cuando ésta empieza a hervir se baja el fuego (incluso se pone en un fuego pequeño, casi al mínimo). Se deja casi 1 hora tapado (A los ¾ de hora miramos a ver si ya está). El cordero debe ir haciendo “chup chup” despacito, y conviene ir removiendo los trozos. A la mitad de tiempo, le damos la vuelta a los trozos. Si vemos que escasea el líquido, se le puede echar un poquito de agua.

Mientras, cortamos en trozos un poco grandes y las dejamos en remojo. Después de un ratito, las salamos y dejamos en el escurridor.

En una sartén grande y un poco honda se pone bastante aceite. Cuando el aceite a fuego vivo empieza a echar humo se echan las patatas (previamente secadas). Al cabo de 1 min ó 2 (cuando cogen color), las patatas empiezan a freír rápido, entonces se baja el fuego a la mitad (o al mínimo si es grande) para que se hagan por dentro. Para 4 personas, la medida de patatas es de 3 «sartenadas grandes». Las patatas se echan por tandas procurando que el aceite siempre las cubra.

A los 3/4 de hora el cordero ya prácticamente está (se separa la carne del hueso). Se saca de la cazuela y en la misma se echan las patatas con las verduras con el fuego flojo durante 3 ó 4 minutos. Importante que no se seque el juguito. Se saca el laurel.

Si cabe todo junto, servir en la misma cazuela y ¡voilà!

Después de estudiar Publicidad, Cocina, Turismo y Bartending, me convertí en periodista y consultor en comunicación gastronómica.

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