Berlín

Regresamos de Berlín sin muchas ganas, para ser honestos, de regresar. Durante dos semanas hemos podido rastrear sus calles, conversar con Nefertiti, detestar el tiempo otoñal que nos ha acompañado, comer como osos, retozar como tigres y constatar que, bajo su cielo gris, la ciudad tiene una energía que le iría muy bien a Barcelona. Volvemos a casa.

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Volvemos enamorados, más que nunca, el uno del otro y ambos de este pequeño que nos acompaña allá donde vayamos. Volvemos algo magullados, a mí me ha mordido un caballo, a ti te atropelló una bici, el pequeño se quemó una mano. Y, a pesar de todo, Berlín ha despertado algo y deseamos su electricidad.

Estamos ahora en casa, tranquilos, trabajando en este extraño mes de agosto de clima otoñal también en Barcelona, deseando visitar, de nuevo, Berlín u otra ciudad magnética.

De lo que que comimos, quedan los siguientes recuerdos…

Muy buenos bocadillos vietnamitas, Bánh Mi, en Babanbè.

Riquísimo Steak Tartar (aunque la carne no estaba picada a cuchillo) y fantástica Tatin de Chalotas en La Bonne Franquette, brasería de raíz francesa e interiorismo decadente.

Comida tradicional berlinesa en Alt Berlín. La albóndiga envuelta en hoja de col guisada, cuyo retrato acompaña este post, estaba buenísima. Si algún día lo visitas y te debates entre pedir la grande (500g) o la pequeña (350g), no lo dudes, pide la grande. El lugar no llama a entrar, la acogida del dueño echa para atrás, pero la comida resultó estar más que bien.

Una pareja de neoyorquinos buscaban donde abrir su restaurante y auyentados por los precios de la Gran Manzana recalaron en Kreuzberg. En Little Otik la propuesta gastronómica es interesante, pero yo no la entendí. En especial no entendí lo absurdo de la ensalada Michigan (rúcula, cerezas asadas, queso azul, avellanas), que leída tiene mejor pinta que en el plato, de escasísima ración. Sin embargo, el sitio es bonito y notable la cerveza. Muy bueno el pollo de corral asado y, en general, las salsas. El pastel de chocolate sin harina merece un monumento. Un consejo: no mires a la cocina desde la ventana pasaplatos del comedor, al chef le irrita.

Chez Gino es un restaurante tradicional alemán, pero nada rancio, especializado en la cocina del sur del país. Merece una visita por sus boudin noir, parecida a la butifarra negra, su spätzle, gruesos fideos de pasta fresca, y sus  flammekuchen, especie de pizzas de masa finísima.

Dicen que Potsdam merece una visita. Discrepo. Pero el currywurst y el bockwurst a la brasa que comimos en el interior de un patio, sí la merecen.

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